Quibdó: Donde la Alegría Florece
Llegué a Quibdó, capital del Chocó, envuelto en una atmósfera de celebración y vida. Apenas puse pie en el aeropuerto, un grupo de bailarines folclóricos me dio la bienvenida. Estaba en pleno corazón de las fiestas de San Pacho, un evento que no solo honra a San Francisco de Asís, sino que también revive una de las tradiciones más importantes de esta región.
Me intrigó desde el principio la historia de San Francisco, ese santo que, según cuentan, tenía una conexión especial con los animales. En un lugar tan ligado a la naturaleza como el Chocó, esa idea parecía cobrar vida de una manera aún más poderosa.
Recorrimos las calles principales de Quibdó, una ciudad sin grandes edificios, con un hermosa plaza principal y con casas muy humildes, pero con una esencia que va mas allá de su arquitectura.
La mayoría de su población es afrodescendiente, y desde el primer instante su cultura se me presentó a través de colores, aromas y sabores. La gastronomía fue toda una revelación: ingredientes locales y técnicas ancestrales hacen que cada plato tenga un sabor único.
Me recomendaron probar el arroz atollado con longaniza, un risotto tropical que se ganó un lugar entre las comidas más memorables de mi vida. Cocineras locales, mujeres humildes y sabias, compartieron conmigo sus historias mientras almorzábamos. Sus corazones estaban tan llenos de bondad como de sabiduría, una energía que sentía en cada bocado.
Esa tarde, seguí explorando las calles y me encontré con orfebres que convertían el oro en arte, un oficio que parece bailar entre lo material y lo espiritual.
El mercado local también fue una sorpresa: frutas, vegetales y pescados exóticos que nunca antes había visto. Al caer la tarde, el cielo se transformó en un lienzo dorado, y mientras me deleitaba con ese espectáculo, la noche me llevó a un restaurante artesanal y centro cultural, un espacio íntimo donde la cultura local fluía en cada rincón. Me sentí como si, lentamente, Quibdó me estuviera revelando sus secretos.
El día siguiente fue un punto de inflexión. Visité un centro histórico dedicado a la memoria del Chocó. Aunque no esperaba mucho, este lugar tocó algo profundo en mí. Allí se narraba la historia del Chocó y su relación con África, la lucha por la igualdad y la riqueza cultural que nace de esa resistencia. Vi arte que transformó mi manera de ver el mundo, piezas que hablaban de una sociedad que lucha por redimirse y que, a través de la memoria, encuentra su identidad.
La aventura continuó en el río Atrato, arteria principal de Quibdó. Navegamos en una canoa artesanal mientras una banda de chirimía llenaba el aire de música. Las fiestas de San Pacho se sintieron por todos lados, y me di cuenta de algo esencial: aunque Quibdó es una ciudad con muchas carencias, su gente está llena de alegría. En cada esquina, personas bailaban. La "bunda", ese baile colectivo en el que todos saltan y se abrazan, me envolvió. Era imposible no dejarse llevar por la energía, por ese espíritu que parecía decir: "Aquí somos pobres, pero nuestra felicidad no tiene precio".
Ese mismo día, visité una academia de baile donde aprendí los pasos básicos de champeta y de la bunda. Lo que más me emocionó fue ver cómo estos jóvenes, a través del baile, encontraron una salida a la violencia y la delincuencia. El arte, una vez más, se convertía en una herramienta de transformación.
Al final del día, estábamos listos para el desfile de San Pacho. Comparsas, disfraces y una energía indescriptible se apoderaron de la ciudad. La gente te abrazaba, te bailaba y te hacía parte de su fiesta. Fueron momentos inolvidables que cerraban uno de los capítulos más vibrantes del viaje.
Pero mi travesía aún no terminaba. Al día siguiente partimos hacia Tutunendo, un pequeño municipio conocido por su belleza natural. Nos dirigimos en autobús y luego en una canoa artesanal. En el camino, una tormenta tropical nos alcanzó. Pero en el Chocó, la lluvia es casi una constante, y lejos de ser un obstáculo, se convirtió en parte de la aventura. Llegamos a la cascada Alka Seltzer, un lugar donde la naturaleza te deja sin aliento. Allí reímos, jugamos y sentimos cómo el mundo se detenía por un instante.
El último día regresamos a los desfiles y nos deleitamos con la feria gastronómica. Cada bocado me recordaba por qué me había enamorado de esta región.
Sin embargo, la aventura no se detendrá. Decidimos visitar el pequeño pueblo de Ichó, al que solo se llega cruzando otro río en canoa.
Pero esta vez, la naturaleza decidió ponernos a prueba: la lluvia era torrencial, los derrumbes bloqueaban el río y las mareas amenazaban con volcar nuestra balsa. Por un momento, la aventura se tornó peligrosa, y tuvimos que regresar en medio de la tempestad.
De vuelta en Quibdó, las fiestas de San Pacho seguían, y la alegría en las calles era inagotable. Mientras me despedía de este lugar tan único, entendí que Quibdó no es solo un destino; es un testimonio de resistencia, de belleza oculta y de una alegría que florece incluso en los lugares más inesperados.