Un encuentro con el poder de la tierra: Mi visita al Nevado del Ruiz

El viento golpeaba mi rostro mientras ascendía por las laderas del Nevado del Ruiz. Cada paso se volvía más pesado, no solo por el terreno empinado, sino también por el aire enrarecido que me recordaba la altura a la que me encontraba. (4600 metros sobre el nivel del mar ) uno de los puntos más altos de los Andes, Mi cabeza comenzó a doler un poco, mientras mi cuerpo se acostumbrada a ese frio lugar.
De pronto, un estruendo. El suelo pareció vibrar levemente, como si el volcán despertara de un sueño profundo. Frente a mis ojos, una pequeña erupción comenzó a formarse. Una columna de ceniza y vapor se elevó hacia el cielo, oscureciendo momentáneamente la luz del sol. El color del cielo se tiñó de un gris amenazante, mientras las partículas de ceniza comenzaban a descender lentamente, cubriendo el paisaje como un velo de polvo. Al principio sentí temor, me quedé paralizada, atrapada entre el miedo y la fascinación.
En ese instante, sentí una pequeñez que pocas veces había experimentado. Ahí estaba yo, un simple ser humano, presenciando la fuerza descomunal de la tierra. Reflexioné sobre lo frágil que somos, cuán efímeros son nuestros problemas frente a la inmensidad de la naturaleza. El volcán, con su poder incontrolable, me recordó la impermanencia de la vida y me puso a reflexionar.
Y pensé en aquella tragedia que sucedió en 1985 cuando este mismo volcán hizo erupción y sepultó completamente al pueblo de Armero. Más de 23,000 vidas terminaron en una noche, cuando el volcan hizo llover rocas gigantes al carbon y acido, y al mismo tiempo provocando una avalancha, convirtiendo lo que era un pueblo en un campo de silencio y ceniza.
Este volcán, que ahora se mostraba majestuoso ante mis ojos, era un recordatorio de la fragilidad de la existencia que no se rige por nuestras expectativas o deseos.
Volví mi mirada hacia el horizonte, donde las montañas se extendían entre las nubes y pensé en que a pesar de nuestra tecnología y conocimientos, seguimos siendo pequeños ante las fuerzas primordiales del planeta. La naturaleza no nos pertenece; nosotros le pertenecemos a ella. Y sin embargo, en nuestra soberbia, a menudo lo olvidamos.
Cuando la erupción se calmó, quedé en silencio, dejando que el momento se impregnara en mi memoria. Este encuentro con el Nevado del Ruiz no solo había sido un viaje físico, sino también un viaje a la consciencia. Me recordó que la tierra, con toda su belleza y su furia, es un recordatorio constante de nuestra conexión con algo más grande que nosotros mismos.
Al descender, con el cuerpo cansado y el alma renovada, prometí no olvidar nunca esa lección. Cada paso hacia abajo me reconectaba con la vida cotidiana, pero también me llenaba de un profundo respeto por la tierra que habitamos. Porque, al final, somos polvo y al polvo volveremos, como la ceniza que ahora cubría mis botas y que, con el tiempo, volvería al corazón del volcán.
Soy Yayi Carrillo sígueme en instagram y nos vemos en una próxima aventura
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