Guardianes de la Palma de Cera: San Felix y el Mirador del Valle de la Samaria
Recuerdo con claridad el sol y la mañana de un bello recorrido que inicio en un antiguo jeep "de esos que utilizan en los pueblos cafeteros de Colombia" y que marcó el inicio de mi travesía hacia San Félix, un rincón mágico del departamento de Caldas, Colombia.
En compañía de un guía de turismo y otros viajeros ansiosos, observaba cómo los paisajes se desplegaban como postales vivientes. Las colinas verdes parecían infinitas, y cada curva en la carretera revelaba una nueva perspectiva de este espectacular lugar. El aire fresco, cargado del aroma de cafetales y montañas, llenaba mis pulmones mientras la carretera serpenteaba hacia nuestro destino final: el Mirador Valle de la Samaria.
Al llegar al mirador, lo primero que me llamó la atención fue la inmensidad del paisaje. Era como si la naturaleza hubiera decidido crear un lienzo vivo, inspirado por la magia de “Encanto”, la película de Disney, película que tantas emociones me había despertado de mi país, Desde allí, se extendía un mar de colinas cubiertas por las majestuosas palmas de cera, que se alzaban hacia el cielo como guardianas del tiempo. La vista era tan impactante que sentí que el mundo se detenía por un instante.
Me recibió una encantadora familia de campesinos que cuida con dedicación este lugar. Desde el primer momento, su calidez me hizo sentir como en casa. Con una sonrisa sincera, el dueño del mirador me contó sobre su inspirador proyecto: había sembrado 2,800 palmas de cera, conscientes de que esta especie, emblema nacional de Colombia, está en peligro de extinción. Su compromiso con la conservación no solo buscaba preservar el paisaje, sino también dejar un legado para las generaciones futuras. Mientras me contaba su historia, sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y esperanza, recordándome que la verdadera riqueza está en lo que somos capaces de proteger y compartir.
Tras una caminata por entre las palmas de cera, donde los rayos del sol jugaban a filtrarse entre las hojas y proyectaban sombras danzantes sobre el suelo, regresé al mirador. Allí, me esperaba una grata sorpresa: un plato de trucha preparado con esmero por la familia anfitriona. La frescura del pescado, combinado con los sabores caseros, era un regalo para los sentidos. Mientras disfrutaba de la comida, rodeada por la naturaleza y la hospitalidad de estas personas, comprendí que este lugar era mucho más que un destino turístico; era un refugio para el alma.
La experiencia en San Félix y el Mirador del Valle de la Samaria no solo me dejó paisajes memorables, sino también una reflexión profunda. Al observar las palmas de cera, esas centinelas que desafían el paso del tiempo, pensé en la fragilidad y la belleza del mundo que habitamos. Me fui con el corazón lleno y una certeza: preservar lo que amamos es un acto de resistencia frente al olvido. Y en esa resistencia, encontré un destello de esperanza para el futuro.
te invito a que No te pierdas la oportunidad de conectar con la naturaleza y ser testigo de un proyecto que apuesta por la conservación y la esperanza. San Félix es mucho más que un lugar: es un recordatorio de la importancia de proteger lo que amamos.
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